"Odio: Sentimiento de profunda antipatía, disgusto, aversión, enemistad o repulsión hacia una persona, cosa, o fenómeno, así como el deseo de evitar, limitar o destruir a su objetivo."
¿Se os ha ocurrido pensar alguna vez en el impacto que producen nuestras palabras al salir disparadas de nuestra boca? ¿El hecho de lanzar al aire algo tan valioso a través de nuestra voz sabiendo que jamás volverá? ¿Se os ha ocurrido imaginar siquiera en el verdadero significado de cada palabra que pronunciáis? Lo dudo mucho.
Tenemos en nuestro vocabulario de habla diaria palabras o expresiones que empleamos con mucha facilidad, tales como un 'te quiero', un 'lo prometo', un 'odio...' o 'es mi...' que infravaloramos la mayoría de las veces de forma desproporcionada o no somos dignos de pronunciarlas con su verdadero significado. No somos conscientes de que al comprometernos con alguien mediante las palabras estamos creando un vínculo abstracto demasiado frágil como para no tenerlo en mente y tratarlo con la delicadeza que se merece. No somos conscientes de que al decir que algo o alguien es nuestro estamos intentando imponer nuestro ser a la esencia de lo que consideramos nuestra propiedad. Y lo peor de todo, no somos conscientes de lo mucho que explotamos el sentimiento de odio cada vez que decimos que odiamos cualquier nimiedad. Odio que no se empleen las palabras adecuadamente, incluso cuando yo en este mismo instante las estoy malinterpretando también.
¿Alguna vez habéis experimentado el odio de verdad? ¿O el amor? Éstos dos son los polos opuestos. Creo firmemente que hay amor entre dos personas cuando son capaces de vivir separadas pero deciden compartir parte de su tiempo en crear algo agradable entre los dos. También creo que el odio es todo lo contrario al amor: es la necesidad obsesiva de mantener en tu mente la persona, cosa o fenómeno que te corroe por dentro, ya sea por culpa del miedo, de la inseguridad o de la desconfianza. Es la tenia que se alimenta de todo lo que nos rodea, que nos vuelve crueles, imprudentes y nos mata por dentro. Es el actuar sin importar lo que le pase al resto, con el fin de paliar un dolor que no tiene fondo. Odiar es fracasar como persona. Qué triste es decir que odias a un profesor por el simple hecho de que te haya suspendido una asignatura, o que odies a una amigo tuyo porque le contó algo muy importante a otra persona antes que a ti. Qué pena me da la gente que dice que odia su vida cuando se le dificulta el camino o las cosas no salen tal y como había planeado cuando tienen millones de soluciones al respecto. Y qué bonito es que muchos no hayáis odiado de verdad todavía.
Yo soy fracaso. Yo soy decepción. Yo soy el origen del odio que siento. He vivido gracias a la compasión, me he regodeado de la bondad y me he aprovechado vilmente del esfuerzo de otros. He convertido cada acción que intentaba realizar en un tembloroso animal rodeado de fuego y atemorizado al saber que ha llegado su fin. He transformado cada pensamiento positivo, cada planteamiento de superación en un gas nocivo que vaga a sus anchas por mi mente envenenando todos los sueños a los que alcanzaba mi esperanza. He sucumbido a la rabia y la impotencia al no ver soluciones sobre todas las malas decisiones que he tomado a lo largo de mi vida, y me he acomodado placenteramente en el vórtice de la desesperación llamada dejadez. Mis padres me salvaron para poder vivir y me he respondido a mi mismo de forma negativa.
Soy el fruto de una acción bien intencionada que ha terminado en fracaso, y por eso me odio.
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