Camino hacia ninguna parte, como cada mañana, con la mirada perdida en la lejanía del parque. Escucho el lento y monótono ritmo de mis pasos perdidos. Me canso de andar y me detengo. El mundo sigue dando vueltas en un denso silencio. Miro alrededor y me pregunto dónde he ido a parar esta vez. Encuentro un banco enfrente mío, cubierto con una fina capa de escarcha. La aparto con la mano. Siento cada esquirla de nieve abriéndose paso a través de la piel de mi mano, rápidas, sin compasión, como una bala perdida ansiosa por encontrar una vida donde concluir su recorrido. Termino de deslizarla por la superficie del banco y me siento. El frío acumulado en la madera golpea mi cuerpo, arropado por un simple abrigo. Dulce contacto con la realidad.
No entiendo a la gente que intenta evadirla, que huye despavorida a la mínima mención. No entiendo pues qué demonios hago con mi vida. En un intento suicida por evitar la realidad y poder vivir del ensueño, acabamos matándonos tropezando con la trampa que más nos protege de ella: la rutina. Cómo una palabra tan corta, un simple suspiro en la vida de un ser humano, puede ser tan dolora. Como puede siquiera llegar a mutilar a una persona hasta el punto de dejarla vacía por dentro. Convertir a una persona en un autómata ausente de sueños mientras nos sume en otro aparentemente fuera de riesgo. Siempre me han dicho que la realidad es dura y cruel, ¿pero no lo es más la rutina, que nos somete a su voluntad y nos sodomiza?
Me creí lo que me contaron, y ahora, dentro de la rutina, me he perdido. Me siento hueco por dentro. Noto aun así un intenso dolor en el pecho debido al frío que emana mi corazón de hielo. El dolor cambia a la gente, la vuelve seca y ausente. Tan solo una sonrisa tímida y sincera es capaz de deshacer un corazón de hielo. Y qué triste es esta afirmación.
Yo aquí sentado, observando, o al menos intentando vislumbrar un cachito de realidad mientras la gente se lanza a la búsqueda de una cálida sonrisa o de un corazón por deshacer. Y ni siquiera sirvo para ésto. No sé estar sentado en un banco, organizando el resto de tareas y placeres artificiales que me quedan por hacer el día de hoy, y el de mañana, y el de todos los días siguientes hasta donde mi mente alcanza. Supongo que será porque pienso.
Me martirizo cada día pensando en lo libre que sería si despertara de este sueño artificial que nos protege de la realidad. ¿Qué puede ser esta gran fuerza que nos impide tomar las riendas de nuestras vidas? No consigo oponerme a ella. O tal vez ni lo intento.
Empieza a nevar y pequeños copos de nieve comienzan a caer libres de ataduras, completamente despreocupados hasta posarse suavemente en el suelo. ¿Qué sería capa de dar por sentir una experiencia tan simple y hermosa como el recorrido de uno de esos copos? Suena la alarma de mi reloj, indicándome que se ha terminado mi descanso y que tengo que volver al trabajo para seguir matándome a mi mismo. En el preciso momento en el que me dispongo a levantarme se me ocurre una disparatada pero interesante idea. ¿Qué ocurriría si no me muevo? Si por una vez en la vida no acato las reglas, ¿qué consecuencias traería? Mi cuerpo se paraliza. Una idea tan radical y espontánea me produce vértigo y confusión. Completamente decidido relajo el cuerpo y me tranquilizo. Dicen que las revoluciones personales son las más difíciles de todas, pero es el primer hacia una libertad interior. Vuelvo a mirar alrededor y me sorprendo al comprobar que mi mundo se reproduce a cámara lenta.
Lo noto. Siento a lo lejos una presencia que se aproxima por el mismo camino donde se encuentra mi banco. En todos los años que llevaba yendo allí jamás había pasado nadie, ¿cómo era posible que se acercara una persona? Tal vez fuera una consecuencia por haber desobedecido al reloj de mi muñeca, o puede que fuera simple casualidad, da igual. El caso es que se acerca, poco a poco, paso a paso. La figura difuminada por culpa de la nieve y la lejanía comienza a cobrar forma. Una chica joven aparece con paso firme, abrazándose a si misma para entrar en calor. Fijo la mirada en ella y pego un grito abogado. Se mueve con desenvoltura, ligera como una pluma mecida por el viento. Lleva la capucha puesta y no logro alcanzar su rostro con la vista. Me siento extraño. Un ambiente diferente envuelve a esa chica, una sensación que jamás había experimentado la acompaña. ¿Algún tipo de dolor inconfesable? Lo ignoro. Está cerca, siento su calor. Pasa por delante mío y me mira. Puedo verle el rostro, cruzamos las miradas, nos miramos a los ojos, a lo más profundo de nuestro ser. El tiempo de golpe se detiene. No corre brisa, el aire se vuelve espeso y todo a mi alrededor se difumina. La chica sonríe.
Y ahí todo se rompe. Mi vida anterior, un desastre sin igual hasta el momento explota y se convierte en el caos más absoluto. Los cimientos de mi mente se tambalean y mi cuerpo se resquebraja. Y de golpe un latido. Un potente y sonoro latido hace acto de presencia en mi pecho. Noto el calor de mi corazón golpeándome con fuerza. Hacía tiempo que no sentía eso.
El segundo con la chica toca a su fin y ella continua andando. El mundo a mi alrededor vuelve a su velocidad natural y todo se restaura, excepto una pequeña grieta. Algo dentro mío se ha roto, o tal vez haya nacido. Observo a mi alrededor y vuelvo a fijarme en los copos de nieve. Éstos, que momentos antes me habían parecido simples bolas blancas con una existencia efímera y sencilla me parecen algo completamente diferente. Cada copo de nieve tiene una vida y una historia que está ansiosa por ser contada antes de perecer al contacto con el suelo. La escarcha con la que al sentarme me había rasgado las manos toca una alegre melodía bajo mi peso y acaricia mi piel dibujándome sus experiencias. ¿Es esto lo que sucede cuando despiertas? ¿Cuando rompes las telarañas de un sueño tejido expresamente para embotar tu mente? Tal vez sea esto a lo que llaman realidad. Tal vez al pensar y conseguir desatarte sea uno capaz de crear su propia realidad a través de su mente. Y tal vez incluso la chica que ha pasado vea el mundo a través de su propia realidad. Tal vez sea ésto a lo que llaman vivir la vida. Y tan sólo tal vez, aquella chica me haya dado la oportunidad de rehacer la mía. Poco a poco se desvanece su aroma. Cierro los ojos. Escucho el lento palpitar de sus botas haciendo crujir la nieve mientras se aleja. El mismo crujir que emiten mis costillas al intentar retener un corazón que lucha incesante por seguir su estela, que ansía compartir su caótica existencia. Tal vez ella le haya recordado a este dolorido corazón que incluso en el desastre más absoluto hay lugar para volver a creer en el amor.

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