Siempre he pensado que mi vida ha sido fruto de una interminable cadena repleta de situaciones donde ha intervenido la mala suerte. Como todas, he tenido momentos de lucidez, paz y algo a lo que podríamos llamarle gloria. Pero nunca he creído que lo bueno iba conmigo.
Hay quien dice que la suerte va con Dios, un camino recto que te trae virtud, salud y amor. Otros hablan sobre el equilibrio: haz cosas buenas y recibirás lo mismo, por el contrario tus acciones serán castigadas por la misma ley que rige el mundo. Los más atrevidos siempre susurran que estoy solo en este mundo, que busque el beneficio propio sin importar el resto, ya que nadie lo hará nunca por mi. Comprendo la creencia, la bondad y el egoísmo. Me han seducido las palabras, he agradecido las caricias y me he quedado solo. He vivido, y mis ojos han visto siempre más llamativo el color del sufrimiento.
Un día conocí al conejo blanco. Con su mirada fija, obligándome a apartar la mía esperaba impasible a que reaccionara de alguna manera. Era tan tentadora la idea de seguirlo. Los ojos me escocían a causa del esfuerzo que hacía en intentar evitar mirar hacia ese lado. Sabía qué ocurriría si cedía al deseo, una tonalidad tan frágil y brillante debía tener espinas por algún lado, y mis manos ya estaban cansadas de inyectarse en vena decepciones. No actuar es siempre la mejor baza para resguardarse, a costa de la vida todo acto acaba pagándose. Por inusual que suene, aquella noche fue ella la que jugaba y yo su apuesta. Volví a casa cansado tras la fiesta, pensando en la decepcionante seguridad del desenlace.
Es curioso haber aprendido la frase "He aquí mi secreto, no puede ser más simple: sólo con el corazón se puede ver bien; lo esencial es invisible a los ojos" viendo primero una luz tras una grieta y luego recordando que tengo corazón. Nunca volví a ver al conejo, pero no pude hacerlo desaparecer de mis pensamientos. Caí totalmente en su trampa y durante un tiempo vagué dentro de un laberinto que se había instalado en mi mente. Cada vez que avanzaba algo caía haciendo un gran estruendo y me sentía menos sujeto al suelo. Era más ligero, me movía con mayor soltura y mi corazón se aceleraba. Sabía que faltaba poco para encontrar una salida y a pesar de la sensación tan agradable, era molesto saber que un paso en falso arruinaría un paseo tan enriquecedor. Giré la llave que me separaba de aquello que había estado buscando mi curiosidad y empujé todo lo fuerte que pude para apartar a un lado la puerta. Y me puse a llorar sin siquiera ser capaz de controlar mi respiración.
La sala, totalmente blanca, estaba vacía por completo. A cada lado tenía una figura en la misma posición que la mía. No pude reconocer quiénes eran, pero notaba en el ambiente que sentían la misma emoción que me había traído hasta allí, también el desconcierto posterior al ver qué se escondía tras la puerta.
Dos años más tarde continúo yendo a esa sala, siempre aparentemente vacía a simple vista. Y las dos personas con las que coincidí aquel día siguen acompañándome y ayudándome a darle al lugar una forma acorde a nosotros mismos como somos en ese instante.
Como anteriormente he dicho, no creía que lo bueno fuera conmigo y mi perspectiva de las cosas siempre tendía a tener bastantes pinceladas lóbregas. Soy el conjunto de todas las cosas que he vivido, y cómo he actuado frente a ellas. Muchos de esos años los he pasado con un niño llorica en mi interior que no entendía por qué muchas cosas acababan saliendo mal. El conformismo es el acto más cobarde que puede cometer una mente creativa. Y yo he sido un cobarde casi toda mi vida.
Tal vez fuera casualidad que un día un conejo blanco me hiciera mirar hacia delante y a su vez sentir que tenía delante dos mentes que también morían de ganas por vivir. Expresar lo que siento es lo que me hace más humano. He tenido miedo y lo he soltado, he sentido rabia y no he parado. Y he llorado impulsado por la pena y he actuado. Pero también me ilusiono, grito de alegría y desprendo lágrimas a carcajadas. También corro queriendo coger el primero un globo que se ha escapado. Bailo para alimentar la emoción que me produce la música, y bebo por el placer que me produce ver el mundo bailando a mi compás. Soy feliz y comparto lo que vivo con mi energía. Puedo sentir que hay algo bueno de cada cosa, y que lo malo siempre puedo intentar cambiarlo. Que puedo tener buena suerte si estoy dispuesto a progresar.
Podría ser casualidad que viera a dos personas esforzándose cada día en mejorar. Que sintieran alegría y se rebelaran del estrés con sus locuras. Que no fueran amargura, pero hubiesen aprendido a sentirla.
Es casualidad que me conocieran, que sintieran curiosidad. Que fuéramos misterio y que lo quisiéramos resolver. Que nos estancáramos, no avanzáramos más y con el tiempo lo volviéramos a intentar. Que haya aprendido a disfrutar con la mejor compañía con quien poder avanzar. Como anteriores veces, casualmente un día más bien cercano, puede que tardío, nos separemos de casualidad. Brindemos ahora por todo lo que nos une, pero no nos ata.
Creo en las casualidades, vosotras sois la que más me ha hecho creer en mi. Gracias por enseñarme que puedo expresar mi buena suerte, porque aunque suene a excusa, soy humano y vosotras también felicidad.
Es curioso haber aprendido la frase "He aquí mi secreto, no puede ser más simple: sólo con el corazón se puede ver bien; lo esencial es invisible a los ojos" viendo primero una luz tras una grieta y luego recordando que tengo corazón. Nunca volví a ver al conejo, pero no pude hacerlo desaparecer de mis pensamientos. Caí totalmente en su trampa y durante un tiempo vagué dentro de un laberinto que se había instalado en mi mente. Cada vez que avanzaba algo caía haciendo un gran estruendo y me sentía menos sujeto al suelo. Era más ligero, me movía con mayor soltura y mi corazón se aceleraba. Sabía que faltaba poco para encontrar una salida y a pesar de la sensación tan agradable, era molesto saber que un paso en falso arruinaría un paseo tan enriquecedor. Giré la llave que me separaba de aquello que había estado buscando mi curiosidad y empujé todo lo fuerte que pude para apartar a un lado la puerta. Y me puse a llorar sin siquiera ser capaz de controlar mi respiración.
La sala, totalmente blanca, estaba vacía por completo. A cada lado tenía una figura en la misma posición que la mía. No pude reconocer quiénes eran, pero notaba en el ambiente que sentían la misma emoción que me había traído hasta allí, también el desconcierto posterior al ver qué se escondía tras la puerta.
Dos años más tarde continúo yendo a esa sala, siempre aparentemente vacía a simple vista. Y las dos personas con las que coincidí aquel día siguen acompañándome y ayudándome a darle al lugar una forma acorde a nosotros mismos como somos en ese instante.
Como anteriormente he dicho, no creía que lo bueno fuera conmigo y mi perspectiva de las cosas siempre tendía a tener bastantes pinceladas lóbregas. Soy el conjunto de todas las cosas que he vivido, y cómo he actuado frente a ellas. Muchos de esos años los he pasado con un niño llorica en mi interior que no entendía por qué muchas cosas acababan saliendo mal. El conformismo es el acto más cobarde que puede cometer una mente creativa. Y yo he sido un cobarde casi toda mi vida.
Tal vez fuera casualidad que un día un conejo blanco me hiciera mirar hacia delante y a su vez sentir que tenía delante dos mentes que también morían de ganas por vivir. Expresar lo que siento es lo que me hace más humano. He tenido miedo y lo he soltado, he sentido rabia y no he parado. Y he llorado impulsado por la pena y he actuado. Pero también me ilusiono, grito de alegría y desprendo lágrimas a carcajadas. También corro queriendo coger el primero un globo que se ha escapado. Bailo para alimentar la emoción que me produce la música, y bebo por el placer que me produce ver el mundo bailando a mi compás. Soy feliz y comparto lo que vivo con mi energía. Puedo sentir que hay algo bueno de cada cosa, y que lo malo siempre puedo intentar cambiarlo. Que puedo tener buena suerte si estoy dispuesto a progresar.
Podría ser casualidad que viera a dos personas esforzándose cada día en mejorar. Que sintieran alegría y se rebelaran del estrés con sus locuras. Que no fueran amargura, pero hubiesen aprendido a sentirla.
Es casualidad que me conocieran, que sintieran curiosidad. Que fuéramos misterio y que lo quisiéramos resolver. Que nos estancáramos, no avanzáramos más y con el tiempo lo volviéramos a intentar. Que haya aprendido a disfrutar con la mejor compañía con quien poder avanzar. Como anteriores veces, casualmente un día más bien cercano, puede que tardío, nos separemos de casualidad. Brindemos ahora por todo lo que nos une, pero no nos ata.
Creo en las casualidades, vosotras sois la que más me ha hecho creer en mi. Gracias por enseñarme que puedo expresar mi buena suerte, porque aunque suene a excusa, soy humano y vosotras también felicidad.
