martes, 10 de febrero de 2015

El tren

Un atardecer a través de un cristal como carta de despedida. Unas vías que devuelven los cuerpos a donde son, olvidando el pensamiento donde siempre quiso estar. Un recuerdo que llora la ventana trazando surcos en dirección al tiempo que ayer fue presente.

Un viaje siempre de ida y todavía de vuelta.


El pequeño héroe que llevo dentro

Desde pequeño supe disfrutar dibujando formas irregulares en la orilla de la playa, alzando castillos inexpugnables, hundiendo en sus fosos el miedo al juicio incuestionable del mar, que con un suspiro ordenaba a sus hordas arrasar en forma de olas todo rastro de cuánto había florecido mi imaginación en aquel rincón de la arena.
Aprendí a correr descalzo sin mirar el suelo, con los brazos alzados en un intento en vano de atrapar las mariposas que revoloteaban a mi paso. Mi ilusión siempre tuvo alas para alzar el vuelo, colores vivos para tentarme a perseguirla sin importar las piedras que pude haber pisado en el camino.
Cuando las noches no me permitían conciliar el sueño, cuando pesadillas asfixiaban lo más profundo de mi alma avivando el miedo a lo irreal encontré cobijo entre los brazos de mi madre. Y guardé silencio mientras recitaba infinidad de cuentos que enseñaron a amar lo que era y lo que tenía.

Ahora me doy cuenta de que, en un período de tiempo de un abrir y cerrar de ojos, he perdido al pequeño héroe que llevaba dentro cuando tan solo era un crío. Me doy cuenta que no arriesgo haciendo lo que quiero por miedo a los desafortunados golpes de mala suerte, que no ansío por si todo cuanto busco se desvanece entre mis manos, que no me quiero cuando más lo necesito, cuando el día se oscurece y la noche se abalanza sobre mi cuello.
He recordado que, a veces, cuando olvidas a vivir como un niño y pierdes el rastro de lo que querías ser, tan solo necesitas cerrar suavemente los ojos, dejar que el agua de la ducha limpie todas tus heridas y echarle huevos al asunto como el héroe que llevas dentro y todavía anhela volver a reunirse contigo.


Mírate

Tú, que te ciegas en un dolor imperceptible.
Tú, que ves un cuerpo carente de ilusiones cuando estás ante un espejo.
Tú, que ojeas el interior de un libro con miedo al borde de las páginas.
Tú, que observas escondido tras tus penas el paso firme de los que enfrentan sus temores.
Tú, que miras impasible cómo se rompe el vaso medio lleno.
Tú, que solo avistas a lo lejos un abismo fácilmente ineludible.
Tú, que percibes el paso del tiempo y niegas la necesidad del crecimiento.
Tú, que contemplas el marchitar de una vida, estancada en un charco de monotonía y tristeza,
aprende que podemos sonreír incluso con los ojos cerrados.

PD: Os quiero.


La playa

Notaba todo su cuerpo magullado, incapaz de moverlo a causa del óxido acumulado por los malos tratos. Aquel rincón al borde de la playa era lo único que le salvaba de aquellos a quienes consideraba demonios. El viento traía el olor de la sal y el sonido de las olas llenando los huecos de las rocas al chocar. El Sol iniciaba su descenso iluminando ténuemente todo ante su paso, el agua brillaba dándole vida a un día apunto de apagarse. Perdía su mirada en la lejanía, naufragando irremediablemente en un mar de soledad, esperando el último rayo de luz que congelaba la imagen de un Sol besando suavemente el océano mientras caía, prendiendo en llamas rojas la línea que unía el motivo de su ausencia. El horizonte se mostraba majestuoso cada anochecer ante sus ojos, tentándole para ver si era capaz de alcanzarlo, de superar el temor a crecer y enfrentarse a lo desconocido.

Se levantó cubriendo con ropas sus heridas, como cada día, comprendiendo a su pesar que debía aceptar quién era y mejorar para poder llegar al otro lado, pues el demonio también somos nosotros mismos y no existe infierno más funesto que el oculto en nuestras mentes.


Nada

El temor de una mirada oculta entre la maleza.
El temblor de una gota alterando la superficie.
Unos pasos tambaleantes resonando en el interior de una caverna.
Unos pies desnudos en contacto con la tierra.
Un alarido penetrante llevado por el viento.
Una cálida ráfaga de fuego que envuelve el cielo en llamas.
Un rostro cubierto por los huesos de lo que una vez fue todo.
Una lágrima que colma el vaso y se desliza ardiendo por el cuello.
Unas semillas creciendo dentro del pecho, floreciendo un cuerpo malherido.
El claror de una luz que ilumina un destino por cambiar.
El clamor de un mal presagio cuando pisas el vacío y te precipitas.
Un banco de niebla que opaca nuestras decisiones.
Un suspiro despreocupado al alcanzar la meta.
Un placer escalofriante que libera los sentidos.
Un miedo que atenaza el cuerpo.
Un desliz causante de perderse en uno mismo.
Un amor, un sueño, un llanto, un fracaso, un brazo firme que sostiene un descubrimiento.

Una explosión de pensamientos expandiendo una mente, resurgiendo en un sinfin de plumas preparadas para alzar el vuelo.

Un ser.

Espejos

Somos espejos por su forma. Paredes lisas, uniformes e idénticas al resto de desconocidos. Vemos nuestro reflejo sin llegar a percibir los componentes del vidrio que está ante nuestros ojos. Miramos sin ver a personas que se observan a sí mismos en nosotros sin darse cuenta de su presencia. Benditos los ojos que no detectan la luz y no son cegados por el brillo que emitimos, pues ven más allá del engaño.

Somos espejos por su tacto. Fría superficie que repele el contacto. Incesantes tormentas golpean nuestra fachada y cientos de gotas heladas arremeten contra nosotros intentando penetrar para poder descubrir lo que se esconde tras esta idéntica perspectiva. Gotas suicidas que fracasan al primer contacto rechazadas por la superficie del espejo, puesto que tan solo una mano cálida es capaz de acariciarnos y dejar una huella visible sobre nosotros.

Somos espejos por su complejidad. Millones de esquirlas compactas nos forman creando una visión monótona del mundo. Separadas reflejan perspectivas totalmente contradictorias que dan nombre al caos que soportamos. Vanos intentos de descomponernos vivimos a lo largo del río de gente que viene a verse en nosotros. Anhelan dejarnos caer con la esperanza de que al llegar al final del precipicio nos dividamos en las partes que ellos buscaban, como una piñata que aporreas rezando por encontrar dentro de los caramelos que siempre has soñado probar, cuando lo único que consiguen es que choquemos bruscamente contra el suelo haciéndonos añicos. El preso aprende a que siempre hay otra opción a poder acariciar las nubes, mientras que el mártir aprende la inmensidad del sufrimiento.

Desecha, sintetiza y hallarás la esencia.